Transformación
Miro a mis hijos cada día, muchas veces. No soy consciente de los pequeños cambios que los transforman día a día. Pero un día encuentro una foto, o me detengo en las fotografías colgadas en el pasillo. Y entonces me doy cuenta de lo mucho que han crecido, cambiado, de cómo se han transforrmado. Su cara, su pelo, sus expresiones faciales, sus palabras. Creo que a todos los padres nos ocurre lo mismo.
En la práctica clínica ocurrre algo similar. Nos transformamos. Cambia nuestra forrma de trabajar, en lo práctico, y también en lo emocional. Desechamos unas formas y adquirimos otras. Si pudiéramos viajar en el tiempo, hacia atrás, seguro que daríamos algunos consejos a nuestros yo-jóvenes. E incluso nos avergonzaríamos ( o no) de algunas cosas que hacíamos.
Pues bien, lo que ocurre cuando practicas de modo continuado medicina narrativa parece ser este mismo proceso. No vas un día a un taller y el lunes cambias completamente el modo de trabajar (como cuando aprendes por ejeemplo, a coser heridas de otra manera). Los talleres de medicina narrativa no te explican cómo cambiar, no te dan una lista de tareas ni el truco del almendruco para estar más atento a las historias de tus pacientes. Simplemente practicas cada sesión un método de acercarte a las historias. Aprendes, casi intuitivamente (diría que del modo que aprenden mis hijos en las clases de infantil) una manera diferente de recibir y responder a las historias. Y tu práctica se transforma. Simplemente porque se transforma tu manera de pensar, de escuchar, de leer, de mirar.
Llevamos más de un año con las sesiones virtuales en castellano, organizadas desde el Departamento de Medicina Narrativa de la Universidad de Columbia. A veces asistimos las moderadoras y pocas personas más, otras el grupoo es más numeroso. Nos encontramos con compañeros y compañeras de diferentes campos de conocimiento (médicos, enfermeros, profesores, humanistas, abogados…) de diferentes partes del mundo (EEUU, Colombia, Argentina, España, Chile…). Tenemos en común el idioma y el interés por mejorar nuestra práctica narrativa.
Es un forma de aprender poco valorada en medicina en nuestro contexto cultural. Estamos acostumbrados a un aprendizaje centrado en los conceptos. La clase magistral como método predominante y el examen tipo test como paradigma de comprobación del aprendizaje. Eso es lo que vivimos desde el primer año de facultad. Pero hay otras formas de aprender. Diferentes. Menos directas, pero más intensas, porque van a lo profundo, a nuestra forma de ver, entender y valorar lo que hacemos. Un cambio que no solo afecta a tu práctica sino también a tu persona. No puedo imaginar a alguien que sea capaz de cambiar su modo de escuchar a los pacientes sin ningún impacto en su vida personal y social. Al fin y al cabo, escuchamos historias por doquier.
Sé que en el mundo de la evidencia no tiene mucho valor la comunicación de la experiencia personal. En mi trabajo de tesis encontré que ese sentimiento de transformación era común en quienes aprenden medicina narrativa. En mi caso, sé que ha cambiado mucho. Cada día me encuentro escuchando historias que han sido poco contadas. Y también observo como mis cambios también van afectando a mis pacientes. Historias escondidas en el fondo de las personas que siguen haciendo daño mientras tratamos el dolor de cuello, de espalda, la depresión, el insomnio, las totalgias sin sentirnos nunca satisfechos con el resultado. No son milagros. Simplemente contar no cura, pero cambia el camino y el paisaje. Y empezamos a caminar con otros bastones y, muchas veces, a aceptar que esas historias están y son parte del problema.
Las sesiones están abiertas a todos. Son gratuitas. Solo hay que inscribirse y participar con la mente abierta, mejor si se está dispuesto a “compartirse” con los otros ante las historias. Requiere paciencia. Nadie aprende en una sesión. De hecho, yo sigo aprendiendo cada dia, en cada preparación, en cada sesión. De alguna forma es el pago que recibo por moderar: no dejar de aprender. Y creo que es un pago justo.